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Correspondencias Secretas (Ediciones del Dock, 2015)

"Sin alzar la voz, pero con la precisión que sólo logran los buenos artesanos, Diego Reis seduce al lector en cada uno de sus relatos. No importa que la acción transcurra en medio de un inmenso campo durante un inclemente verano, en una fantasmagórica estación de ómnibus o en un bosque que parece ser la contracara del propuesto por Cortázar, en todos los casos nos enfrentaremos con historias formidables, brindadas por alguien que conoce los íntimos secretos de la narración y sabe de qué modo revelarlos" . (Vicente Battista) Reis, Diego Correspondencias secretas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Dock, 2015. 116 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-559-272-8 1. Narrativa Argentina. 2.  Cuentos. I. Título CDD A863 Ediciones del Dock Avda. Córdoba 2054, 1º “A” (1120) Buenos Aires  Tel. / Fax: 4374-2772   e-mail: info@deldock.com.ar Director Editorial: Carlos Pereiro © Diego Reis Foto de portada: Natalia Büch, de la serie "Sonata otoñal"
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Alambrando

1 El sol alto ya, cercano al cenit. Una polvareda ascendiendo, acercándose. Los tres hombres dejan de trabajar, aflojan los músculos tensos, aprovechan para parar, tomar agua, prender un cigarrillo. El recién llegado es Godoy, el capataz. Llega al tranco, se apea despacio. Acepta el agua y el cigarrillo que le convidan. -Calor, che- dice al rato. Gonzales suspira, o tose. Un suspiro que se quiebra o se convierte en tos. -Calor, sí- dice después. -En las casas es igual, o peor- reconviene Godoy. Los otros asienten. Godoy termina el pucho, lo tira al suelo. Mira el horizonte, hacia el este. El calor retuerce el aire, se ven esas ondas ascender del suelo, desfigurando el paisaje a lo lejos. -Manda a decir el patrón que hay que postear y alambrar unas cinco leguas más, che. -¿Cinco más a partir de ahora o cinco más aparte de estas tres? Godoy se aclara la garganta y escupe. Se va subiendo al caballo mientras habla. -Cinco más aparte, Gonzales. Gonzales mira h

Un Papel Secundario

Lo despertó el silencio. El sol ya había salido. La radio despertador, eternamente activada a las seis y media de la mañana, estababa muda, inservible. Se le habían terminado las pilas. Displicente, abandonó la cama, se vistió y entró en el baño. El espejo inevitable le devolvió un rostro macizo, inabordable, apenas trivial. Se lavó sin ganas. Ya fuera, se enroscó la bufanda gris al cuello, bufanda ancestral que antes había abrigado a su padre y antes a su abuelo, y acaso antes a alguien más con el mismo apellido que ellos. Un apellido que iba a desaparecer, que estaba respirando sus últimos años terrestres con él. Atravesó el largo patio y se internó en la calle. Caminó lerdo esa cuadra y media, recelando el barrio, las permanencias y los cambios erosivos, inexorables. Compró dos pilas, nomás las estrictamente necesarias. Comprar significaba salir. De regreso, encendió el fuego y depositó la pava con agua sobre la hornalla chillona. Sólo después de esa operación, le puso las pi

Retrato de un Jugador

Ante la posibilidad de estudiar cualesquiera de las múltiples formas de concebir el mundo (o lo que es lo mismo, de elegir vivir en uno de esos mundos posibles) escogió el llano estudio de la ley. El corpus continuamente vago, continuamente informe de normas con que los hombres aún pretenden regir todas las parcelas de la vida. Una vida irregible, incorregible. Una vida despótica y sin ilación. Demasiado tarde comprendió que estudiar leyes en nuestro siglo (y en todos los siglos) es casi como dedicarse al estudio y ensayo aplicado de las diversas formas de cazar dragones. Demasiado tarde comprendió que los dragones no existen. Y si acaso existieran, ellos serían los cazadores. De "Correspondencias Secretas" (Ediciones del Dock, 2015).

Gente de la Costa

Trato de imaginarlos, pero es difícil. Al menos, lo es para mí, que prácticamente no he salido de este pedazo del mapa en siete años. Entonces, pese a mis esfuerzos, lo que logro son resultados pobres, imperfectos. Sólo consigo algún consuelo en las explicaciones de mi fracaso, justificándolo. Tal vez, pienso, el problema reside en que solamente contemplo dos posibilidades: o bien parto de nuestras similitudes, o bien de nuestras diferencias. En el primero de los casos, comienzo a erguirlos en dos piernas, los veo andar, sentarse, balbucear sus primeras palabras, dormir. Pero ninguno presenta una variedad. Se me parecen, indefectiblemente. A esas alturas, es inútil el pretender introducir alteraciones: ya son como yo. En el segundo de los casos, el más común, son desde el inicio híbridos, deliberadamente horrorosos. Les faltan o les sobran extremidades, babean, bizquean, se muerden hasta sangrarse. El resultado es, invariablemente, el mismo: el mismo fracaso, la misma frustración.

Un Mundo de Escritores

Soy escritor. Pienso que ser escritor es, primerísima e insoslayablemente, pensar como escritor, subordinarse una y otra vez a la ardua labor de ser escritor, mirar la vida veinticuatro horas al día con ojos de escritor. Soy escritor y tengo un dilema. Un dilema de orden epistemológico, llamémoslo así. La vida se me presenta indistintamente con rostros trágicos o cómicos, a veces funde ambos en un solo híbrido horroroso, y otras (cada vez las más comunes) me enseña los hechos llanos, desprovistos de rostro alguno, como invitándome, incitándome a estamparle alguno yo mismo. Veo la vida como una colección de escenas sueltas, exentas de argumento. Como una película casi muda, de actores impávidos, una película a la cual hay que agregarle una música de fondo arbitrariamente adecuada. Y no hay preludios ni epílogos. Todo es urgente, todo es acto. Por caso, esta mañana salgo de casa y voy hasta la terminal del colectivo. A propósito, es necesario aclarar que ya está construida la nuev

Triste Victoria, Triste Derrota

Yo lo envidiaba cortésmente. Cuando lo conocí, tenía todo: casa, trabajo y mujer. Todo lo que me faltaba a mí. El trabajo (un puesto subalterno en un estudio jurídico) se lo había conseguido el padre, según me contó una tarde, la única vez que conversamos ambos libremente, solos. El padre era gerente (o algo así) de una empresa petrolera. Como regalo de casamiento, le había regalado la casa. A su mujer se la había conseguido él solo, quiero creer. Todo lo demás se lo habían dado. Desde esa óptica, tal vez resulte sencillo comprender que deseara obtener un título que le permitiera dejarlo todo: mandar todo a la mierda, valerse por sí mismo y no deberle nada a nadie. Quizá cuando compuso este pensamiento por primera vez era joven aún, podía darse el lujo de postergarlo. Cuando yo lo conocí, había abandonado ya tres carreras, tenía treinta y cuatro años y estaba perdido, definitivamente. Todos lo sabían, incluso él mismo. Yo lo sospechaba. Nuestro primer encuentro (como el último)