Lo despertó una
tos seca, apocalíptica, a su lado. Con los ojos aún cerrados, pudo
percibir un infinito murmullo extendiéndose más allá de la puerta
(era evidente que había una puerta, ya que el sonido llegaba a él
como filtrado, delgadísimo), y además pasos, pasos que marcaban un
ritmo constante, aterrador, acercándose y perdiéndose sin llegar
nunca a apagarse, para luego recomenzar. Algo tribal había en ese
ritmo, tal vez el eco que lo multiplicaba, que le servía de sostén.
Entonces, abrió los ojos. Los párpados, dominados por la inercia,
tardaron en responderle. Con lentitud, distinguió una superficie
blanca, perturbadora de tan blanca, impávida. Descubrió que era un
techo, descubrió (hasta entonces sólo era una sospecha) que estaba
acostado.
La trágica tos
volvió a bramar, esta vez con mayor ahínco, aunque declinó
palpablemente en intensidad. El sonido volvió a empujarlo, esta vez
definitivamente, hacia el mundo físico, hacia la realidad.
Desde su posición
(aún no se sentía dueño de todo su cuerpo, aún no sabía si era
cómoda o incómoda) pudo contar cuatro camas, además de la suya.
Todas estaban ocupadas, aparentemente. Lerdo, fue recuperando el
control, recuperándose a sí mismo. Intentó incorporarse, pero casi
de inmediato, un dolor fino, gélido, se incrustó como una navaja en
su costado derecho y lo volteó de nuevo de espaldas. Exhaló
sonoramente un aliento sucio, turbio, de un sabor vagamente tóxico.
De seguro, no hacía mucho tiempo había vomitado. Tomó una amplia
bocanada de aire y con esa bocanada tragó una masa nauseabunda de
saliva. Y tosió, él también.
Le hizo bien,
aparentemente. Experimentó una notable mejoría. Con mayor tacto
esta vez, se incorporó apoyándose en los codos. Bruscamente, se
sintió tironeado, y entonces advirtió que estaba conectado a una
bolsa que, a su vez, colgaba de un soporte metálico, una bolsa que
irrigaba un líquido blancuzco a su sangre. Asqueado, se la extirpó
en un solo movimiento.
Bajó las piernas,
débiles aún, y se sentó en la camilla. Alguien de esa habitación,
acaso el mismo de la tos, esbozó una risa casi incrédula. Efectuó,
por primera vez, un recorrido completo con la mirada. Junto a la
camilla, en una especie de banco, reposaba un montón de ropa. Alargó
los brazos y se vistió como pudo, sin bajarse aún. El pantalón le
pareció desmesurado; la camisa y el saco, exiguos. La risa se
repitió, quebrándose al final en un severo acceso de tos.
Se incorporó al
fin, intentando distribuir su peso inconsistente en las piernas
perezosas. Adivinó o supo que bajo la camilla habría un par de
zapatos. Buscó con los pies: allí estaban. Se los calzó con algún
esfuerzo, pero fue incapaz de atarse los cordones. Despacio, con paso
impreciso, fue avanzando hacia la puerta entreabierta.
El exterior del
hospital (o aquello, lo que fuera que cumplía o nó el papel de
hospital) era un patio así nomás, a cielo abierto. En el centro
había un mástil con una bandera que no ondeaba porque no había
viento. Parecía una escuela. No le fue difícil hallar la salida, un
portón de fierro desvencijado. Salió, lerdo, arrastrando los pies
centímetro a centímetro. Ya fuera, dobló hacia la derecha y
comenzó a andar, pegado a la pared.
Hasta ese
instante, en lo único en lo cual había podido ocupar su pensamiento
era en salir. Ahora, pudo librarse de ello. El caminar era una
actividad casi inconciente, no precisaba mayor atención. Sin
embargo, había quedado un hueco, un vacío sin explicación en su
cabeza. No recordaba nada. Hizo esfuerzos disímiles, todos
igualmente inútiles. Intentó rescatar una presunta última imagen,
la precedente a su despertar en el hospital. Fue idénticamente
infructuoso. Antes de eso, todo era oscuridad, salvo uno o dos
detalles abstractos.
Un bocinazo lo
paró en seco. El auto, que había frenado abruptamente, volvió a
arrancar y el conductor, anónimo, le escupió una prolija puteada en
la cara, antes de acelerar y desaparecer. Decidió que ya recordaría,
más tarde o más temprano. Siguió su camino, esta vez desparramando
la vista a su alrededor.
Era la siesta de
un día soleado, aunque algo fresco. Marzo, tal vez abril. Las
calles, asfaltadas pero angostas, pertenecían evidentemente a un
suburbio. Lo desconcertaron, no supo por qué, las extrañas
contorsiones del tronco de un árbol. Se quedó mirándolo un largo
rato. Entonces, como si ese débil asombro hubiese activado algún
misterioso mecanismo de su conciencia se detuvo, como temiendo que
cualquier movimiento excesivo frustrara su desarrollo y función.
Iluminado, metió las manos en todos los bolsillos del saco, la
camisa y el pantalón, pero fue en vano. No halló nada, ni un rastro
de identidad.
Decepcionado,
determinó aferrarse a lo poco (casi nada) que tenía. No poseía
demasiadas certezas, pero dos cosas eran irreprochables,
irremediables: una, él era un hombre; dos, él era un hombre viejo.
Abandonó la
intención de recordar, ya habría tiempo para eso. Se sentía
cansado, abarrotado. Al final de cuentas, para qué recordar, razonó.
Se sentía tan bien así, tan ajeno a todo, lejano. Si había
olvidado, de seguro sería por alguna razón, conciente o
inconciente, razón que él habría sabido justificar. De alguna
forma, confiaba en esas razones desconocidas, sentía que esa
confianza era un vínculo secreto, inexpugnable con el hombre que
antes sabía y que había decidido olvidar.
Desembocó en una
plaza amplia. Resoplando ruidosamente, se acercó al árbol más
próximo y se sentó en el suelo, apoyándose de espaldas en el
tronco áspero, centenario. Se declaró profundamente agradecido, sin
saber bien por qué, en realidad. Cerró los ojos. Los sonidos venían
a él como difusos, como atenuados por un filtro. Por un instante, le
pareció entrever una imagen antigua, familiar, una imagen abstracta,
sin correlativos físicos. Pero fue nada más un instante, nada más
un fantasma irrecuperable.
Abrió los ojos
una vez más, pero ahora la luz lo lastimó y tuvo que volver a
cerrarlos de inmediato. Así los dejó, aliviado, reconfortándose.
Aún unos segundos más tarde parecía seguir descansando, durmiendo,
borracho tal vez, pero lo cierto es que ya había dejado de respirar.
De "Correspondencias Secretas" (Ediciones del dock, 2015).
Publicado en revista "Desde el Andén" Nº5, Diciembre 2007.
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