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Mostrando entradas de 2015

Lo Levemente Ajeno (El Suri Porfiado Ediciones, 2013)

Reis, Diego Lo levemente ajeno. - 1a ed. - Buenos Aires : El Suri Porfiado Ediciones, 2013. 80 p. ; 17x11 cm. ISBN 978-987-1541-43-0 1. Poesía Argentina. I. Título CDD A861 Visitanos en la web: www.elsuriporfiado.blogspot.com www.sipecu.com.ar www.animaldeltiempo.blogspot.com Diseño: Bárbara Paramio & Martín Quinteros (sipecu@gmail.com) © 2013 Diego Reis (diegorodriguezreis@gmail.com) © 2013 de la fotografía Martín Quinteros (filoquin@gmail.com) © 2013 El Suri Porfiado Ediciones (elsuriporfiado@gmail.com) ISBN 978-987-1541-43-0 Fecha de catalogación: 13/06/2013 Queda hecho el depósito que previene la ley 11723 A Juana Isabel Alonso, la Ita, mi madre, que me regaló la vida, dos hermanos y el amor casi obsesión por las pequeñas cosas “Me parece que hay un sufrimiento en algún lugar de esta habitación, pero no podría decir terminantemente si soy yo quien lo tiene”. Charles Dickens, “Tiempos difícile

Biografía

Un hombre nace con todas las puertas abiertas y hace todo lo que hace, llora, mira y quiere, con el corazón descalzo. Pero mientras crece o en un instante equis de su vida aprende o alguien le hace aprender que no está bien mostrarse así. Entonces se va cerrando poco a poco, se va volviendo un extraño con todo lo que lo rodea, con todo lo que ve, toca y siente, hasta llegar al punto irreversible donde hasta lo familiar se va tiñendo de matices desconocidos. Así, el hombre va volviéndose un marginado, un paria, un pobre diablo en un mundo lleno de pobres diablos. A medida que avanzan los años va alimentando su propio universo, lo va poblando con recuerdos y esperanzas, caricias y gestos que tal vez nadie más que él conocerá: con manchas, sonidos y colores, con aromas, placeres y cristales, con miradas inocentes y encarceladas, con lluvias mezcladas con atardeceres. A dónde van todas esas cosas cuando ese hom

Génesis

Calles anónimas, almas anónimas con olores extraños e indefinidos. Hombres septuagenarios, mujeres primarias, raros cuerpos sin calma brotando y secándose en el paño de las estaciones para que el día y la noche sigan jugando a las escondidas. Campos blancos y rastros grises. Flagelaciones, marcas. Antiguas pisadas de incómodas peregrinaciones. Sandalias de suelas gastadas, álbumes con fotos viejas que coleccionamos para que el cielo y el infierno sigan jugando a las cartas. Bosques llenos de árboles llenos de hojas llenas de tintes y dudas innumerables. El desordenado viento del otoño memorizando colores antes de enterrarlos para siempre en un charco cualquiera. Y en los rincones primitivos del espacio nosotros, andando, guardando, perdiendo, gastándonos, hurgándonos, horadándonos, penetrándonos, amortajándonos, pudriéndonos y olvidando todo para que dios y el tiempo sigan jugando a las adivinanzas.

Eterno Retorno

Caen las hojas, los vestidos vuelan, el sol apenas entibia. Vuelven a componerse los viejos poemas del otoño. Foto: Natalia Buch

Breve Oda de Barro

Con el agua y con la tierra que nos separan construí este poema. Ahora que estoy solo el tiempo ya no me interesa, ahora que estás lejos mi tristeza halló al fin una explicación. Mis versos encontraron un rincón para llorar: me veo enfrentado con una verdad de rostro demasiado visible, me veo obligado a componer odas mínimas y elementales. La sombra de la parra proyectada contra la ventana, las horas pendientes que me alcanzan y la fidelidad del crepúsculo: nada de esto es mío, nada me pertenece y soy un extraño con todo, un fantasma, sin no puedo encerrarlo en el cuenco de mis labios y traspasarlo a los tuyos. Hoy llovió y yo salí, al menos para renovar el antiguo ritual de caminar bajo la lluvia, y con la tierra y el agua de mis zapatos amasé este poema, que tampoco se reconoce en su destino. Deploro esta realidad que me arrastra a ser tan vulgar y tan simple. Lloro porque te extraño y te amo incorruptiblemente,

Conversación en el Bosque

¿Quién se bebió tu llanto esa tarde inmóvil en el tiempo que sentiste que la tierra desaparecía bajo tus pies y que el abismo se abría en tu alma? ¿Quién acompañó entonces tus pasos dudosos y desacompasados? ¿Quién dejó su aliento grabado en tus rodillas la primera vez que abriste los ojos al mundo desparramado y ciego? ¿Quién se abrió lenta, húmeda y sabrosa, como una ciruela negra, como una pasa de uva en la boca? ¿Quién marcaba el compás de tus latidos cuando estabas durmiendo? ¿Quién te sirvió de altar, de guarida, de cueva elemental y de amparo? ¿Cuál fue el único lugar donde pudiste guardar los amados y tenebrosos diamantes de tu pensamiento? ¿De quién te olvidaste en todos tus versos tristes? ¿Quién es la única que puede deletrear tu verdadero nombre de principio a fin, sin equivocarse? ¿Quién fue la que te sostuvo durante todo este tiempo, pobre ingrato? Soy yo, la tierra, tu madre, la parienta lejana visitada sólo po

Euclides

Yo era una vela, y un día empecé a arder: tuve una vida corta, me extinguí. Después, fui agua y salí a llover, bajé y me hundí hasta las rodillas en la tierra. Crecí alto y fuerte, extendí todos mis brazos y alcancé a ver a mis hijos y a mis nietos hasta la séptima generación. Entregué mi alma al suelo y me hice aire: espié por cerraduras de puertas que fueron derribadas, soplé infinidades de guirnaldas y vestidos. Perdí la cuenta de los años, atravesé mil eternidades y exhalé mi último aliento. Volví al polvo, me hice tierra, crecí a la orilla del camino y fui pisoteado. Dejé que el viento jugara conmigo y me revelara rincones secretos. La lluvia me fecundó y parí árboles y flores que acaso justificaron mi hondo silencio. Después caí en la oscuridad, sellé mi rostro en las profundidades y volví a nacer. Ahora estoy tirado ojos arriba mirando el cielo y siento lástima: soy una nube atrapada en el cuerpo de un hombre.

El Arquitecto

No son las palabras, no son las imágenes, no son los sonidos. Todo eso es apenas la corteza, los ropajes, las telas con que vestimos, disfrazamos, conservamos la verdadera esencia. El sentido, el motor, el eterno intrínseco, es el silencio. El silencio velado, el silencio invisible, el silencio expuesto, el silencio de espaldas. El silencio sólido que se oye a través de las palabras, en la imagen desacompasada, en los bordes del sonido. El residente de los huecos, el impropio, el personal, el que articulamos, elevamos, alimentamos, negamos, mentimos. El dios tácito, el oculto, el omnipresente, silencioso constructor de mundos.

Espacio

Cuando me canso de forcejear con las palabras me callo, guardo distancia, espero y pido perdones enormes como patios. Somnoliento silbo y bailo melodías sagradas en compases herejes. Cuando me resiento de discutir con mis pasos me detengo, despienso, deshago páginas y escribo silencios claros. Despierto resto horas, sumo párpados, me desentiendo y me levanto oliendo a olvido. Cuando me acuerdo, cuando pierdo el tiempo y junto barro, cuando me descubro extrañado entre montones de memoria entonces falto a mi palabra, desciendo y vuelvo al silencio despacio, como quien vuelve a casa.

Destierro

Dejo antes de que no haya nada que dejar. Dejo para después poder regresar por algo. Para que mis laderas cesen de traspirar recuerdos, para que el pasto del silencio crezca sobre mis labios. Dejo para no seguir intercambiando pesos y medidas grises con el tiempo, vociferando con quieta desesperación pasos callados. Dejo para estar espalda con espalda con la tierra, contemplando cielos insepultos, esperando juntos el ocaso que nos haga uno y con la tierna hierba del olvido creciendo sobre mis párpados. Dejo para terminar de alguna forma, para no andar arrastrando con violenta resignación palabras inmóviles. Dejo, en fin, abandonando, partiendo, moviendo, articulando, uniendo, creando y parodiando múltiples formas de dejar, y deseando que los hambrientos pastizales de la ausencia florezcan, feroces sobre mis párpados.

De las Simetrías del Tiempo

Si yo viviera cien años andaría por las tardes oprimido por los recuerdos, ciego de tanta luz, con los movimientos vagos e imprecisos de un sonámbulo. El atardecer sería un claustro casi eterno del que me costaría escapar, y abrazaría la llegada de la noche como se acepta un mal menor. Cada noche duraría innumerables noches, asediado por el insomnio acumulado, contenido de años de múltiples aplomos. Despertaría en la madrugada sin saber bien cuándo me he dormido, recordando un rostro, enterrado y desenterrado tantas veces que ya habrá perdido su identidad y será algo abstracto, anónimo, puro recuerdo desnudo. Si yo viviera cien años, si llegara a esa edad infame, imperdonable, supongo que recibiría cada día con menos alegría que resignación, con el pulido temor con que se respeta lo cotidiano. Supongo que cortejaría y odiaría entonces la idea de la muerte con la misma triste ternura con que lo hago a

Diez Mandamientos Apócrifos

No esperes nada, no te quedes demasiado tiempo en el mismo lugar. No desearás nunca no haber nacido, no aguardarás la muerte redentora sentado en el umbral. No reprimas tu risa ni tu llanto y de cualquier forma llorarás, nunca gimas ni te rías ante los restos de un naufragio. No te cases ni te embarques, no vayas por mar a ningún lugar al que puedas ir por tierra. No cubrirás tu desnudez con ropas ajenas, no usarás tu palabra ni tu silencio en vano. No tendrás más ídolos de los que puedas cargar, no comas el pan ázimo de la culpa ni el amargo del perdón. No desdeñarás el azar que es una de las muchas formas de dios, no llevarás la cuenta del tiempo y entonces el tiempo se convertirá en tu desdicha. No amarás ni desamarás sino de corazón, no salvarás sino aquello que deba ser salvado. Nunca digas nunca ni todo ni nada ni siempre, no huyas de nada pero no hagas nada. Nunca digas de esta agua no