somos,
hijos de un amor
que ya no existe
(un nuevo silencio
y algunos años
acostumbraron al amor).
Dios y el diablo
comen del mismo plato,
y nosotros somos las migas.
En las aristas
de todos los techos, la lluvia
se cuelga para secarse y pensar.
En los bares,
cada cigarrillo
está jugando a la muerte.
Vacíos vasos volviendo
convexo al mundo,
vidrios inanimados
derramando ángulos tiernos
y dios, a último momento,
remedando jirones del espacio.
Padres obligados somos,
padres de palabras y pobres
de tiempo para animarlas
(un viejo silencio nos aguarda
en la esquina de cada verso).
El diablo y dios
se limpian los zapatos,
y nosotros somos el barro.
El hambre
dibuja charcos en la vida,
dibuja y pinta
lágrimas atonales
en los huecos del aire.
Manos cóncavas
deteniendo el tiempo a media calle,
caras redondas
desfigurando el sol.
Narices llorando,
ojos oliendo,
y todos, a última hora,
cosiéndole
parches a dios.
Pero dios perdió
hace mucho tiempo
la fe en el cielo.
Fotos: Natalia Buch
Fotos: Natalia Buch
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