Cuando descubrí a Diego Reis tendría unos
dieciséis, diecisiete años. En ese entonces, estaba escribiendo un extenso
poemario de innegable influencia simbolista titulado Laodicea, en doble alusión a la ciudad bíblica y a la obra homérica.
Este barroco volumen, según supe, fue convenientemente entregado a las llamas.
Si
tuviese que arriesgar alguna definición de Diego Reis, diría que es el poseedor
de una memoria acaso excesivamente hospitalaria y una prácticamente incansable
capacidad para la observación y el análisis. Todo lo cual para un poeta sería
desastroso, sino viniera en su salvación esa voluntaria tendencia suya de
combinar, de falsear, de abstraer. Lector empedernido de los griegos, buscador
infatigable de las fuentes. Si en algo nos parecemos, pienso, es en el afán de
registrar.
El charco
eterno
(opera prima de Diego Reis) no es una simple reunión arbitraria de cuentos: es
el conjunto firme, homogéneo de nueve relatos donde todas las palabras están “mirando para el mismo lado”, según el decir
de Stevenson.
Reis
deliberadamente nos presenta a sus personajes como prisioneros de un lugar o
una condición: un colectivo, una celda, una casa, una familia. En El charco eterno el tiempo es tratado
espacialmente, como lugar de encierro, y, flotando siempre, la imposibilidad de
escapar, de salvarse; eso que Piglia definió alguna vez como “el lugar arltiano”.
En
alguna parte de la copiosa obra manuscrita de Reis he leído alguna vez que
reducir a un hombre a una anécdota es acaso desmerecerlo, pero que no lo es
menos el hecho de reducirlo a un nombre o a un título.
Básteme
referir que, estando en cierta ocasión escribiendo intempestivamente, como cada
vez que lo asalta la inspiración (cree furtivamente en la inspiración, aunque
en su discurso reniegue de ella,) y habiéndole yo señalado una taza tirada en
el suelo, escurriendo un inidentificable líquido negruzco, sin despegar la
vista del papel (donde las palabras volaban) sentenció: “Tengo muchas cosas en la cabeza. Ninguna se parece a una taza”.
Lic.
Lázaro Rosenmacher
Villa
La Angostura, Septiembre 2009
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