descubriéndose
en una plaza
(y el hombre quizá sea yo
y la mujer quizá seas vos
antes o después de estas palabras).
Media docena de viejos
jugando al ajedrez en un bar,
un ajedrez perezoso, más lento que la vida.
Media docena de viejos
atardeciendo un lunes cualquiera.
Palomas parsimoniosas
peléandoles
un pedazo de pan a unos perros;
y más allá,
un número incalculable de pibes
pateando una pelota gastada.
Parias
colecciones individuales
(ininteligibles, intocables)
posando para la foto
en un tiempo y un espacio
casi siempre ilusorios...
En una esquina,
una pareja despidiéndose para siempre,
escribiendo en sus frentes la palabra fin
(y ese hombre y esa mujer
somos de alguna forma nosotros
en un pasado o en un porvenir
tal vez próximos).
Familias difusas
tomando mate
en los arrinconados patios
de un barrio entre rural y urbano,
asistiendo perrunamente
al unánime atardecer.
Gente como sin rostro
en la casi noche,
gente invisible
los unos a los otros...
En un campo cercano,
enmarcados
por una arquitectura multiforme,
entre cruces y estrellas,
descansan los cuerpos
de otros hombres y otras mujeres.
No silenciosamente, sino
con el tibio rumor de la hierba que crece
van haciéndose pasado.
Quizá muchos de ellos
jamás se conocieron,
jamás cruzaron palabras ni miradas,
jamás se enamoraron ni besaron,
jamás hicieron el amor,
ni planes ni hijos ni discutieron,
ni se dijeron adiós para siempre
para nunca más volver a encontrarse...
No lejos de allí, una chica
repartiendo volantes frente a un cine;
y a dos pasos,
un poeta inédito
envolviendo el ocaso
en un verso
que nadie más que él leerá.
Ansias y olvido
de la misma vida,
ruinas y semillas
mezclándose en el campo
un día de viento.
Mansas colecciones
locales, casi idénticas
a las de cualquier otra ciudad
cercana o distante...
Darregueira, Diciembre
2009
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