se congregan en mi lengua
en un solo nombre
hoy.
Las suelas de mis sandalias
agradecen
la suavidad de sus ojos incandescentes
y el barro de sus caderas sabias.
Esperanzado,
al borde de la siesta, rezo
esta oración improvisada y medida
en su honor.
Así, la silbo
despacio en la duermevela:
Salomé,
argamasa de mi creación
hoy.
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