esa tarde inmóvil en el tiempo
que sentiste que la tierra desaparecía bajo tus
pies
y que el abismo se abría en tu alma?
¿Quién acompañó entonces tus pasos
dudosos y desacompasados? ¿Quién dejó
su aliento grabado en tus rodillas
la primera vez que abriste los ojos
al mundo desparramado y ciego?
¿Quién se abrió lenta, húmeda y sabrosa,
como una ciruela negra, como una pasa
de uva en la boca? ¿Quién marcaba el compás
de tus latidos cuando estabas durmiendo?
¿Quién te sirvió de altar, de guarida,
de cueva elemental y de amparo?
¿Cuál fue el único lugar
donde pudiste guardar los amados
y tenebrosos diamantes de tu pensamiento?
¿De quién te olvidaste en todos tus versos
tristes?
¿Quién es la única que puede deletrear tu
verdadero nombre
de principio a fin, sin equivocarse?
¿Quién fue la que te sostuvo durante
todo este tiempo, pobre ingrato?
Soy yo, la tierra, tu madre,
la parienta lejana visitada sólo por el olvido
y el silencio.
Soy la que te echó de un beso al mundo,
la que te recibirá en sus brazos cuando te
abandone la vida.
Soy la quieta vagabunda,
la que te mecerá entonces con antiguas
canciones de cuna
durante el resto de la eternidad.
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