El viejo está
sentado a la mesa,
revolviendo la sopa fría
con una cuchara de plata.
Se siente
tan lejos de su hogar,
como un peregrino
en los confines del universo.
Está cansado.
Ensimismado, mira
los retratos que llenan la casa:
en todos encuentra algo
que le resulta vagamente familiar
y le desboca la nostalgia.
Entonces, recuerda
con algún esfuerzo,
se agacha y acaricia
a la verdad, que duerme
mansa junto al fuego.
La verdad duerme
apacible,
sopesando los pasos
y atemperando el tiempo.
2
Tus ojos lanzan
llamas débiles
y tus párpados apenas se sostienen
aferrados a la frente árida.
Mirás por la ventana
y ves a los pájaros
subiéndose a los pájaros
y los días amontonándose con los días
y te sentís
tan lejos de casa.
Te sentís tan
difuso, mareado y loco,
ralo y próximo
a desaparecer.
Vas a la deriva
entre familias como ajenas
y dormitorios despoblados,
poniéndote alas compuestas a último momento,
probándote ropas que ya no te quedan.
Pensás, dudás,
creés casi, y desearías
estar más sordo y más ciego.
Y entonces llorás
con algún esfuerzo,
y le das vuelta la cara a la verdad.
La verdad
duerme
inocente,
como un gato gordo y limpio,
que de vez en cuando
se despereza
y estira las patas
blancas junto al fuego.
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