en las márgenes de mi silencio
como el agua se acoda en la ribera.
Seré entonces
una antigua canción
que tu boca olvidará
un poco cada día.
Seré al final
un par de versos gastados,
un poema desarmado que recitarás una mañana
preguntándote
de dónde vino.
Huestes desordenadas de caracoles
dormirán en mi espalda.
Serás una corteza abandonada
en mi costado.
Esperaré
en los umbrales últimos del misterio,
como un peregrino a las puertas
de una ciudad desconocida.
Me recostaré
a la sombra de unos pilares de piedra,
reinventando verbos vanos
en tu memoria.
Tus besos lejanos tendrán
el sabor de viento
seco y salado.
Serás entonces
una vieja certeza abandonada.
Cerraré por fin mis ojos
una siesta cualquiera
y tu nombre jugará segundos
en mis labios y en mis dedos,
como un sonido hermoso, inefable
que entra por la ventana
y huye, antes
de que nadie pueda reconocerlo.
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