Entrar
en el sinfín de “Lo levemente ajeno”
y hallar un universo poético que emerge de la conciencia individual y de la
conciencia acerca de un mundo tan inestable como fuera de, es encontrar palabras que estallan hacia un afuera sin
límites. Que otorgan la sensación de dirección libre a todos los lugares del
afuera. Encontrar una existencia del estar, de dejarse vivir y no recurrir a la
acción. Lo leemos en “Perro” (última
estrofa): ya el título nos hace pensar entre otras cosas en quien está ahí, el
que se deja llevar. No hay movimiento autónomo hacia. Se repite en “Letanía
en tercera persona” con otras imágenes, virtud del poeta en abundar en imágenes. En la frase “me arrastro” dejo que sea el otro el que me diga o haga. El otro
en un tiempo indeterminable, que transita. No hay movimiento enfático.
El
silencio, recurrente, abarca, sale del yo y junto al silencio en el otro es
ahora cruce de silencios. La sensación es que es mucho lo que veo y estoy en
silencio. También nos deja entrever el poeta que si hay silencio, en él hay
rumor atareado que hace, que vive, aunque espere, y sobre todo en el silencio hay
savia y la savia fluye, da vida, está en movimiento.
El
deseo es nombrado, como ir hacia aquel afuera, tocar todas las cosas y
escribirlas para salvarlas del silencio y del olvido sin tiempo. Pero el
silencio tiene savia que fluye: ¿es una contradicción? ¿o es la bella
versatilidad del mundo que nos ubica en diferentes situaciones? Y se acota en
un tiempo como en unidades: días, días
que se van a repetir en un tiempo circular.
Una
totalidad de carencia, de callar, de no
saber (“dónde estoy”), de palabra sin
cauce. Aquella existencia siempre sin límites no es la libertad sino la falta
de lo que nos determine, somos al viento,
en una recurrencia de sin límites, sin fronteras.
El
poeta utiliza el recurso de enumeración que nos da la idea de abundancia. Hay
como un acontecer dinámico en cuanto a enumerar, mejor dicho a nombrar muchas
imágenes que nos llevan a una decepción, el tono es lo que nos ubica en uno de
los lugares de la ambigüedad. Decepción cuando voy a desviar el curso de mis
pensamientos, erigir un dique, sangrar, desterrar y a la vez rastrear en la
memoria. Una dialéctica del haber abundancia y haber carencia ínsita en la
abundancia.
También
el recuerdo, el volver y volver de objetos deseados en otro tiempo transforman
el deseo en presente. Pero otra vez no está, no hay porque, hay pero está en
otro lugar que no nos deja el autor saber cuál es.
Cuánto
falta aún para llegar a un mundo seguro –utópico– en este universo siempre
inacabado como el universo físico, está en un tiempo venidero quizás ilusorio
como el espacio. Diego Reis nunca nos lleva a un lugar, nos deja en la
imprecisión de lo que hay afuera.
María
Inés Arce
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