almas anónimas
con olores extraños e indefinidos.
Hombres septuagenarios,
mujeres primarias,
raros cuerpos sin calma
brotando y secándose
en el paño de las estaciones
para que el día y la noche
sigan jugando a las escondidas.
Campos blancos y rastros grises.
Flagelaciones, marcas. Antiguas
pisadas de incómodas peregrinaciones.
Sandalias de suelas gastadas,
álbumes con fotos viejas
que coleccionamos
para que el cielo y el infierno
sigan jugando a las cartas.
Bosques llenos de árboles
llenos de hojas llenas
de tintes y dudas innumerables.
El desordenado viento del otoño
memorizando colores antes
de enterrarlos para siempre
en un charco cualquiera.
Y en los rincones primitivos del espacio
nosotros, andando,
guardando,
perdiendo,
gastándonos,
hurgándonos,
horadándonos,
penetrándonos,
amortajándonos,
pudriéndonos y olvidando
todo
para que dios y el tiempo sigan
jugando a las adivinanzas.
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